En esta
ocasión,
mi viaje —virtual— a Venecia ha sido a tiro hecho. Entre
el año
anterior y este en curso (uno), me he ido a
lomos de pincel hasta Campo Manin, a interpretar las cosas que me quiso contar
esta vieja puerta. Aparte de lo compositivo, donde hubo que hacer obra para
mover acá
y empujar allá, le quise ver algo de Cezanne al juego de complementarios
entre verdes y anaranjados (dos), antes de
entrar en los suaves turquesas a través de las asperezas de los ostiones que
habitan el zócalo, entre el aire y el agua (tres).
Y justo frente a la puerta se levanta, como si todavía la custodiase, la
monumental estatua del propietario de la casa, Daniele Manin, a la que le suma
monumentalidad el enorme león de San Marco que reposa a sus pies,
y que, más
allá
del santo, hace referencia a la brevísima república homónima que presidió
Manin tras el levantamiento contra invasión austríaca, a mediados del siglo XIX. El
apellido le viene al personaje de Ludovico Manin, último dux de
la Serenissima Repubblica y padrino de bautismo
de su abuelo. Y su hijo, Giorgio Manin, formó parte de la spedizione dei Mille, que conquistó
el reino de las Dos Sicilias a las órdenes de Garibaldi, que vino a dar
con el tiempo en una Italia más o menos parecida a la de hoy. Así
que entre antecesores y sucesores (cuatro), la
puerta se entretuvo en describirme a golpes de agua una hermosa pincelada del
romanticismo decimonónico, en versión véneta.
¿Qué
no es transición?.
Es una preciosidad, esta puerta me enamora y como al artista a mi tambien me trasporta a Venecia no soy entendida en el arte de la pintura pero me fio de lo que mis ojos me dicen ..y muchas gracias por la clase de historia que acompaña a esta obra de arte...
ResponderEliminarMuy agradecido, Conchi, sobre todo porque me gusta que te guste.
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